Por
jaime Yovanovic Prieto
Sin
duda se trata de uno de los árboles más viejos de Valparaíso, su
tronco hay que abrazarlo entre dos a tres personas y por su lado
pasan diariamente decenas de personas que atraviesan la quebrada para
ir a tomar la micro. Al pasar lo tocan porque trae buena suerte.
La
aventura nos llevó allí y algunos del grupo no aguantaron los
deseos de subirse aunque luego gritaban que daba vértigo, pero la
sensación era inolvidable. El sendero inclinado lo roza suavemente y
sus raíces hacen de escalones mientras el manto de árboles,
plantas, flores y zarzamoras cubren el sector como una gigantesca
alfombra natural tejida con el amor de la tierra. El viejo puentecito
de madera permite pasar de un lado a otro y por debajo corre el
delgado hilo del estero con una visión paradisíaca pocas veces
repetida, aunque cada quebrada porteña es poseedora de una belleza
única y forma parte de nuestra iniciativa de hilvanar poco a poco la
que hemos llamado alegremente de Ruta Turística Eco-Comunitaria,
lejos del turismo de elite y cerca de los brotes de autogestión
vecinal que podrán hacerse algo para la olla con el placer del
turista que recorra esos laberintos del edén porteño y deguste unos
porotos con rienda hecho por la gastronomía de las viejas del cerro.
Luego
de conocer, recorrer y tocar el terreno donde vamos a hacer con los
vecinos y voluntarios las huertas, las construcciones en barro y el
parque de juegos para los niños y niñas del sector, nos sentamos a
conversar sobre los primeros pasos que vamos a dar con una primera
vuelta de ideas sin analizarlas, sino dejando que entren al cuerpo y a
las sensaciones, escapando de la prisión de la lógica a que nos han
acostumbrado, de modo que vino una lluvia de ideas que cada uno metió
para dentro de si y de inmediato comenzamos a hablar de otros temas
para engañar a la mente y que dejara en paz al conjunto de ideas
recibidas por cada uno, para que se revolvieran y pudiera nacer un
despliegue de creatividad, una obra de arte, hecha en el corazón de
cada uno, ya que si se ponían a pensar lo que vamos a hacer primero,
lo que vamos a hacer después, el papel del cuerpo y las sensaciones
quedaba sólo para el placer y la tranquilidad del ambiente como
compartimentos estancos de la mente, lo que sólo ayuda a la
reproducción de la deshumanización constante de la sociedad de
personas separadas.
Así
que hablamos de como las comunidades indígenas conversan entre si
mientras tejen mimbre o lana hasta llegar, de tema en tema, a la
autonomía comunitaria zapatista. Después de ese intervalo dialógico
y de intercambio de experiencias de otros lados, volvimos a nosotros,
al lugar y a nuestros cuerpos y sensaciones a explorarnos cada uno
para descubrir lo que el instinto había laborado y elaborado por si solo,
sin intervención racional.
Conclusiones:
Las
dos niñas de 10 años se sacaron el sombrero, pues no están
manejando su racionalidad como orientadora, sino la gana y el placer,
la inocencia y la ingenuidad. Una de ellas propone que había que
hacer casitas para los perros, lo que cada uno se negó a analizar
(espero) y lo metimos al saco de las ideas para que dieran vueltas
mientras escapábamos a otros países.
Otra
propone poner tablas nuevas al puentecito, pintarlo y poner cuerdas a
cada lado como pasamanos. También ellas proponen hacer escalones en
el sendero de tierra que sube y baja de un lado al otro de la
quebrada.
Primero
hay que asegurar el tránsito interno y el paso de los vecinos de un
lado al otro, por lo que quedó como primera tarea hacer escalones
que combinarán con las raíces del árbol, y que abordaremos desde
el viernes 8 de abril en que nos juntaremos a las 10:30AM en el líder
de Bellavista con el cartel “HUERTA”, por si alguien quiere ir a
ver, conocer y disfrutar con nosotros y los vecinos.
De
las casitas para perros no pudimos conversar, ya que las niñas sin
decir agua va, empezaron a recoger materiales diversos, incluso un
ángulo metálico de repisa, que encontraron por ahí, con el que
sujetaron uno de los lados de la casita y llenaron de polvo el
ambiente sacudiendo un paño que rescataron por allí que era “sábana
para que los perros duerman”. Es claro que los perros no dieron
bola a la casita, pues estaban felices yendo para acá y para allá
con tanto movimiento.
Luego
vendrá la limpieza de basura arrojada a la quebrada, lo que
permitirá no sólo respirar a la madre tierra, sino hacer la visual
más limpia para determinar los lugares de las huertas, las
cosntrucciones y del parque de juegos. Jaime se pegó dos costalazos,
uno al resbalar en el agua con espuma que venía del lavado de una
casa, y la otra al bajar posteriormente la quebrada arrastrando
consigo a otra persona, aunque sin daños por parte de cada uno,
salvo un poquito en el orgullo, por lo que tal vez no lo escriba
aquí, tendré que pensarlo, o meterlo dentro de mi, a ver que sale
después. El hecho es que la idea de los escalones tuvo gran apoyo de
todos, especialmente Jaime. Almorzamos en el cerro harta fruta que
trajo Bárbara, y Jaime un pan con queso de cabeza, que estaba de
rechupete, pero nadie quizo compartir, así que le dimos algo a los
perros, que lo supieron apreciar como corresponde. Constatamos que
hay bastante tierra arcillosa, de modo que la bioconstrucción está
asegurada.
Fue
una bella experiencia para todos y casi que nos vamos cantando en la
micro. Y atrás quedó esperando nuestro regreso el árbol, ese viejo
árbol centinela de Valparaíso y observador eterno de la hermosa
vista que permite apreciar el mar sin edificios.
Abrazos
Jaime
Yovanovic Prieto
unlibre@gmail.com
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tuiter: @YovanovicProfeJ
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